LA POÉTICA DEL COMPÁS

Sergio Payares
Contrario a lo que algunos críticos e historiadores del Arte plantean, según nuestro juicio, la obra artística del cubano Sergio Payares no es trascendentalista. Y no lo es, porque si lo fuera; su intimismo, la traicionaría.

Sí… la sinceridad intimista que propone como poética la producción visual de Pintor, Dibujante, Instalador (ocasional) y Grabador Sergio Payares, sobrepasa cualquier intención grandilocuente que pretenda instaurarla como verdad trascendental; ya que su verdad es -más que nada- inmediata, personal, cerrada por las fronteras del ego del artista.

Así que no se engañe, estimado espectador; no trate de hallar en estas obras, respuestas que usted mismo no sabe ni cómo empezar a plantearse.

Con una propuesta estética que tiene las raíces de su búsqueda formal en los finales de la década de los 70´s cubanos, por allá por los años de formación de Payares; su obra ha venido evolucionando con el transcurso del cerca de veinte años exhibiéndose dentro y fuera de la Isla, en cierta poetización ilustradora de lo cotidiano… desde una óptica siempre lírica.

Gracias al intimismo que la caracteriza, la producción plástica de Sergio ha sabido bandear las modas y modismos que han socavado los cimientos de nuestra identidad nacional, cada vez más convertida en una postalista turística demodé; para evadir adentrarse en los albores de un fenómeno mucho más mega-histórico y efectista, como lo es la contingencia del Afuera, la crónica social, o el documentalismo crítico; para volcarse hacia el Adentro. Su ADENTRO.

Un territorio interior donde su Pintura se comporta como una tabla oracular donde cada leyenda toma nombre propio; dado el caso, que el intimismo innato de cada obra prefiere fabricar una mitología nueva en cada micro-relato que de ella se arguye, que desarrollarse como consecuencia de un TODO.

Es decir: la obra en sí: elige siempre el murmullo del FRAGMENTO, antes que el escándalo del boom estridente del panfleto. Donde la mitología del constructor, [El Arquitecto : pirámides misteriosas, muros de ladrillos de arcilla vista, torres, puentes, habitáculos donde el hombre echa ancla, un techo bajo el sol, elevadizas líneas de fuga, vórtices veloces], la mitología del navegante [El Viajero : líneas que descienden y rectan hacia un infinito truncado, barcas, cartas de navegación, rosas del viento, velas, aire, trazos paralelos marcando el camino] y la mitología del caminante errante [El Náufrago : centenares de piernas ambulantes, trashumancia perenne, trans-territorialidad del hombre ante su sombra huidiza… otra vez el lugar, el nunca sitio del exiliado, su tierra de nadie, su-no-tierra]; se entrecruzan para medrar en una única realidad mitológica.

Gracias a esta actitud de sinceridad asumida consigo mismo, en Payares, cada trazo pictórico o dibujístico [ya que su Pintura oscila entre los regodeos de ambos recursos formales puestos en un equilibrio complementador], significa una demarcación del territorio de su Ego, que como experiencia vital traza su topografía autónoma. Una Topografía, que como grafía -al fin y al cabo que es- se autodefine como narración sostenida -en lo testimonial- de lo que diariamente vive.

Así, sus reduccionismos iconográficos y su descriptivo despliegue cromático, … en apariencias devastado, añejado por el paso de la pátina del tiempo y por el gesto consciente del Pintor que lo apastela o suaviza en cada vuelo; se presupone a sí mismo como un MAPA de uno mismo. Donde las preocupaciones y conflictos existenciales de este artista toman forma, en módulos cerrados a modo de simbólicos patakines del YO.

Por ello, en el trasfondo de la sintaxis plástica que en cada obra de Sergio se vislumbra, hallamos “algo de lo sagrado” (como diría en aquellas fabulosas obras: Ricardo R. Brey, ese fabuloso falseante mítico cubano).

Primero: en la manera de construir el Mito desde el asombro personal de la ingenuidad casi infantil, casi ancestral. Segundo: en la forma de hacerlo erigirse como Verdad Vivida.

Es por esta razón tácita, que cuando Sergio Payares nos habla en sus cuadros de lejanía, exilio y soledad, nos parece que lo hace desde la mera experiencia real del destierro y/o el desasosiego del poeta romántico, aún utópico de una posible redención.

Un indicativo de esta asunción poética, por ejemplo, lo supone la utilización, por parte del artista, de títulos análogos y narrativos que esclarecen la geometría de sus signos visuales, en función de una manoseable tendencia comunicativa en sus obras. [UNA OBVIA INTENCIONALIDAD COMUNICATIVA QUE A S.P., LE PRIVA DESTACAR COMO EMBLEMA]

Entonces, tal y como a su vez- lo hacen otros artistas cubanos casualmente igual exiliados como Segundo Planes, o Carlos Quintana; Payares nos desvela la subjetividad oculta en sus imágenes como asidero confesacional de su Alma; como quien construye con su obra un testamento vital.

En cambio, por esa típica malformación profesional, la crítica también ha caído en la fácil comparación fenoménica de la obra de Sergio con la de otros creadores cubanos del exilio, como Ernesto Pujol y Enrique Martínez Celaya, porque los tres ponen al uso una muy específica iconografía obsesiva y reiterativa.

Sin embargo creemos que existen diferencias radicales entre los tres, porque si bien Pujol en la reiteración icónica busca una neurosis narrativa o una estadística de la MEMORIA que propone una catarsis devenida del psicoanálisis más lacaneano, y Celaya, por su lado, encuentra en sus fantasmales cabezas repintadas, un desdobles del YO que lo transfigura en espejo narcista, densamente barroquizado en su contingencia de emociones -muy al estilo de lo que hubiese optado por autentificar como verdad artística un maestro como el viejo Lezama Lima-; en este caso Payares es mucho más pristígeno, menos pretencioso, quién sabe si más próximo a las fabula satírica de Virgilio Piñera más que al rigor omniparlante del maestro ornamental del superlativo latino tropical, …mucho más cercano al desahogo espiritual que a la concienzuda reflexión ontológica, más intuitivo que filosófico, más visceral que racional.

Y esta es su característica más genuina… su condición monolítica, individualizada… más allá de los conflictos colectivos o las ostentosas narrativas homogenizantes de la Histo[e]ria de nuestra nauseabunda Insularidad, cada vez más caótica e inatrapable.

Una naturaleza -la de su obrar- que se hace distintiva por su propia esencia, y no por las estructuras fenoménicas que pone al uso para manifestarse. Quizás porque en ella la superficialidad del arquetipo formalista es tan solo un juego comunicativo. Consolidada cada voluntad de su mano, cada vez más como el ejercicio de una ritualidad susurrante, nada grandilocuente.

Por esta razón fundamental es por la cual su obra no es trascendentalista, si no… más bien: situacionista. No en el sentido teórico que la Vanguardia Histórica le dio la término a partir de las acciones post-fluxus; sino: situacionista, porque sólo anhela situar al espectador ante una experiencia condensada en su propia verdad… contextual, de una especificidad muy soslayada, de un choteo ocurrente muy cubano, pero de igual manera, de una universalidad humanista, muy extendida y accesible por su sencillez papable. Cosa que no desmerita para nada su grandeza. Porque en ella radica su verdadera dimensión.

La dimensión de un hombre que con un universo pictórico borroso y redimensionado, reinventado como página en blanco y un dibujo firme y juguetón, o un escurridizo maniático y oscilante relato interior… simplemente nos viene a decir: que él no es un extraño raptor de la melancolía, porque la melancolía… aún no tiene dueño que la dome; o alma alguna que realmente la soporte como un bien preciado.

Por lo tanto, -como buen aventurero que es- señala su camino como cartógrafo buscador de tesoros en el mar de sus sueños, o corsario de almas; y con el compás como instrumento medidor, elige un punto cenital y allí nos rapta la mirada, de lo que no escapamos con tanta facilidad, porque en el rapto, el animal raptado que somos… se deja seducir por la BELLEZA.

NOTA: En el texto se hacen dos referencias a los sistemas religiosos de la Regla de Ochá, también conocida como Santería o Regla Yoruba en la Cultura Cubana; porque Sergio, como todo buen cubano que de sus realidades habla, incorpora dentro de sus taciturnos cuadros pequeños guiños a nuestra condición mestiza, sincrética, nunca puros, siempre mezclado… como diría el insigne Nicolás Guillén.

Omar-Pascual Castillo Granada, España
Juan Carlos Betancourt Colonia, Alemania